Cómo me cure de Cáncer - por Dr.David Servan-Schreiber parte I



Existe un cáncer latente dentro de cada persona. Al igual que todo organismo vivo, nuestro cuerpo genera células malas constantemente. Así nacen los tumores. Pero el cuerpo está equipado además con toda una serie de mecanismos para la detección y el bloqueo de ese tipo de células.

 Yo tuve cáncer. La primera vez que me lo diagnosticaron fue hace quince años.


Me sometieron a un tratamiento convencional y el cáncer remitió, pero después tuve una recaída. Fue entonces cuando decidí aprender todo lo posible para ayudar a mi cuerpo a defenderse él solo frente a esta enfermedad. Gracias a mi condición de médico, investigador asentado y ex director del centro para la medicina integradora de la Universidad de Pittsburgh, tenía acceso a información importante sobre los enfoques naturales de prevención del cáncer y de ayuda en su tratamiento.

 'Hace siete años ya que me liberé del cáncer. Después de la operación quirúrgica y de la quimioterapia contra mi cáncer, pedí consejo a mi oncólogo. ¿Qué tenía que hacer si deseaba llevar una vida sana? ¿Qué precauciones debía tomar para evitar una recaída? La respuesta de aquella lumbrera de la medicina moderna fue: «Pues no hay nada especial que puedas hacer. Vive con toda normalidad. Haremos TACs cada equis tiempo y si vuelve a formarse un tumor, lo detectaremos antes de que sea tarde». Yo insistí: «Pero, ¿no hay algún ejercicio que pueda hacer, alimentos contraindicados, o bien un régimen alimenticio favorable? ¿No debería trabajar mi actitud mental?».

La respuesta que me dio mi compañero de profesión me dejó sorprendido: « haz lo que te parezca. Daño no te va a hacer. Pero no se ha demostrado que esos enfoques sirvan para prevenir una recaída». En realidad, lo que mi médico quería decir era que la oncología es un campo extraordinariamente complejo, que está cambiando a velocidad de vértigo. El mismo se veía sometido a una presión tremenda para conseguir mantenerse al corriente de las novedades en diagnosis y en procedimientos terapéuticos. Habíamos probado todos los medicamentos y todas las prácticas médicas reconocidas que eran de aplicación en mi caso, de modo que, para lo que se sabía en aquella época, habíamos tocado techo. En cuanto a los enfoques en que se tenía en cuenta la relación del cuerpo y la mente, o los enfoques que concedían importancia a la alimentación (ambos aún en fase más teórica), mi oncólogo evidentemente no tenía ni tiempo ni ganas de explorar esas avenidas. Este problema no me es desconocido, como médico que soy yo mismo. Cada cual en su especialidad, rara vez nos enteramos de descubrimientos fundamentales publicados en los últimos números de revistas como Science o Nature; solo tomamos nota de ellos cuando ya se han realizado estudios en seres humanos a gran escala. Mas en ocasiones, estos importantes hallazgos pueden servirnos para protegernos mucho antes de que se haya obtenido un nuevo medicamento o se hayan diseñado nuevos protocolos a partir de ellos, y pasen a convertirse en los tratamientos más aplicados del mañana. 

Investigué durante meses, hasta que por fin empecé a entender de qué modo podía ayudar a mi cuerpo a protegerse del cáncer. Participé en conferencias en Estados Unidos y Europa que atraían a investigadores dedicados a explorar este tipo de medicina que además de tratar enfermedades, trabaja con el «terreno». Analicé bases de datos y miré con lupa infinidad de publicaciones científicas. Y pronto me di cuenta de que muchas veces la información disponible estaba incompleta o demasiado desperdigada, que solo cobraba un sentido pleno cuando se reunían los trocitos sueltos. En conjunto, todos esos datos científicos vienen a decir que nuestras defensas naturales desempeñan un papel esencial en la batalla contra el cáncer.

Gracias a una serie de encuentros fundamentales con otros especialistas y con médicos de medicina general que estaban ya trabajando en este campo, pude ir llevando a la práctica toda esta información junto con mi tratamiento. Lo que aprendí fue que si todos tenemos un cáncer latente dentro de nuestro cuerpo, también todos contamos con un organismo diseñado para combatir el proceso de desarrollo del tumor. Y que en nuestras manos está el utilizar las defensas naturales de nuestro organismo. Hay culturas que lo hacen mejor que la nuestra. Los cánceres que afligen a Occidente, como el cáncer de mama, el de colon o el de próstata, son entre siete y sesenta veces más frecuentes en esta parte del mundo que en Asia. Sin embargo, las estadísticas revelan que en los hombres asiáticos fallecidos antes de los cincuenta años de edad por causas diferentes del cáncer se han encontrado microtumores precancerosos en la próstata en igual proporción que entre los hombres occidentales. Existe algo en su estilo de vida que impide el desarrollo de dichos microtumores.

Por otra parte, la tasa de cáncer de la población de origen japonés establecida en Occidente ha alcanzado la nuestra en cuestión de una o dos generaciones. Tiene que haber algo en nuestra manera de vivir que debilita nuestras defensas contra esta enfermedad. Vivimos rodeados de mitos que socavan nuestra capacidad de combatir el cáncer. Por ejemplo, muchos estamos convencidos de que el cáncer está íntimamente vinculado a nuestra base genética, más que a nuestro estilo de vida. Pero si nos fijamos en los resultados de las investigaciones, veremos que lo contrario es lo correcto.

 Si el cáncer se transmitiese básicamente a través de los genes, la tasa de cáncer entre niños adoptados tendría que ser igual a la de sus padres biológicos, no a la de sus padres adoptivos. En Dinamarca, donde existe un detallado registro genético gracias al cual se puede conocer el origen de cada ciudadano, los investigadores han dado con el paradero de los padres de más de mil niños adoptados al nacer. Su conclusión, publicada en la prestigiosa New England Journal of Medicine, nos obliga a modificar todas nuestras suposiciones sobre el cáncer. Descubrieron que los genes de los padres biológicos muertos de cáncer antes de los cincuenta años de edad no influían en absoluto en el riesgo del niño adoptado de desarrollar un cáncer. Por el contrario, la muerte del padre adoptivo (que transmite hábitos, no genes) a causa del cáncer antes de cumplir cincuenta años multiplicaba por cinco la tasa de mortalidad debida al cáncer entre los niños adoptados. Este estudio demuestra que el estilo de vida está relacionado de manera significativa con la vulnerabilidad al cáncer.

Todas las investigaciones sobre el cáncer coinciden: los factores genéticos explican un máximo del 15 por 100 de la mortalidad debida al cáncer. En pocas palabras, no hay una fatalidad de índole genética; todos podemos aprender a protegernos.

 Es preciso señalar, de entrada, que a fecha de hoy no existe un enfoque alternativo que sirva para curar la enfermedad del cáncer. No tiene ningún sentido pretender curar el cáncer sin recurrir a la cirugía, a la quimioterapia, a la radioterapia, a la inmunoterapia o, en un futuro próximo, a la genética molecular; es decir, a la mejor medicina convencional occidental.

 A la vez, no tiene ningún sentido depender solo de este enfoque puramente técnico y dejar de lado la capacidad natural de nuestro cuerpo para protegerse de los tumores. Podemos aprovechar esta protección natural tanto para prevenir la enfermedad como para potenciar los beneficios de los tratamientos.Les contaré mi historia: cómo pasé de ser un investigador científico con un desconocimiento absoluto sobre las defensas naturales del organismo, a utilizar en mi práctica médica estos mecanismos naturales por encima de cualquier otro elemento.